… ese mundo está muy mal, dice Jaime. Frunce el ceño y abre los brazos como buscando una explicación, es algo muy serio.
Cuando te expones corres riesgos, está claro que no a todo el mundo ha de gustarle lo que haces.
Habitualmente damos por bueno lo que nos cuentan, oímos lo que queremos oír, nos gusta creer que estamos en el bando de los buenos y no dudamos antes de hacer juicios sobre cuestiones que, muchas veces, no conocemos y hemos dado por ciertas sin más. Los argumentos se proclaman como actos de fe y se arrojan como dardos sin pararnos a pensar en lo que decimos y en sus consecuencias.
El otro pasa a ser el enemigo y somos despiadados con él.
No es nada nuevo, ya ha pasado antes, pero ahora, en esta cultura del derecho a la opinión permanente, las cosas van más rápido. Las herramientas para que circule la información son fantásticas aunque ésta se muestra confusa, no toda ella merece la pena. La razón y la sinrazón, la calumnia y la alabanza, todas tienen el mismo altavoz y se presentan como verdades incuestionables más allá de cualquier duda.
No se trata de no tener opinión, ni de no ser crítico, tampoco de relativismo, no todo tiene el mismo valor. Lo que se echa de menos es la prudencia, la educación, en su doble significado, y la indulgencia.
Compañeros, esto es gravísimo ¡Qué vergüenza!, dice Jaime. Lo oyó en la película de Peter Pan y últimamente lo repite mucho.
Javier Martínez Erdozáin
19 de septiembre 2020